Grato corazón en pausa,
liviano villano que descalzo andas,
profunda pasión que aún irradias;
ese bárbaro ateneo que nos separa,
me han robado ese ósculo que hidrata.
Duende de Céfiro,
carga mi impulso en el albo hervor,
extirpa del piélago la crónica que expira;
ofrécele un cíngulo de carey calado en la bruma fantástica.
Verbo que en carácter transmutas mis preces hazme romero en sus antojos más recónditos; brota gentil en sus playas en el cual mis caricias aún le bañan; préstame la tarde naranja en tu último suspiro, ese fue el ocaso en que nos fascinamos.
Me acompañas en sondas muy tenaz,
un ruido que penetra juventud; roble rústico no hay adiós en la sierra del olvido; tus frutos traen armonía y el cantar de un boricua.
Casto sólido, aún te sueño remojándome en tu raudal; no habrá centurias que deroguen mi lirismo en sigilo, alegorías que restauren algún turbio método, coplas que crean un flamante milenio.
Fragmentos bravíos que bronceados estallan, fortuna que en bramidos te derramas, luciste encanto donde no se hallaba; puro e indómito eres caña entre mis sábanas.
Pulmón que con mis odas te ensanchas,
renueva mis fibras de afán,
murmura en sus tierras y protege su morada, donde las tórtolas lo despiertan con anáforas y las riberas son mi patria.
Tú y yo, o tal vez yo y tú; aborígenes enfrentando la causa, somos joyas en la corona del taíno, ese cacique que defendió su ruin destino; corazón de casabe manchado de achiote; volveré a ser tuyo una vez te nombre.